La diferencia histórica
“¿ Qué somos?, ¿cómo somos?, ¿cómo nos ven los demás?”. Todos tenemos una etiqueta que nos identifica. Cada persona tiene un rol o papel social, incluso puede desempeñar más de uno o adoptar otros diferentes a los atribuidos. Estos roles entran en conflicto por diferentes aspectos: status o posición social, intereses, prenociones, visiones de los demás, prepotencia... Según el papel que cada persona desempeña en la sociedad, tiene unos intereses, juicios de los demás o actuaciones diferentes a los de otras personas. Por esto, surge el mencionado conflicto y de éste deriva la marginación y la discriminación. Aquellas personas que son rechazadas se rebelan contra lo establecido para reivindicar su sitio en la sociedad.
Así, podemos hablar de identidades heréticas. El hereje, en cuestiones religiosas, es aquel que no acepta una determinada religión, se rebela y cuestiona la estructura de poder establecida. Se plantea su propia identidad frente a la estructura social dominante. Ese enfrentamiento puede significar una amenaza para su propia existencia, exponerse a su expulsión del grupo social. Todo esto ocurre porque existe una jerarquía en la sociedad; hay numerosas identidades y algunas tienen supremacía sobre otras. La estructura social está organizada según un centro y una periferia, o lo que es lo mismo, existe una ortodoxia frente a una heterodoxia. En esta periferia se encontrarían grupos sociales como la mujer. Mediante la integración, “la mujer deja de ser mujer” y se convierte en “lo similar” y “lo parecido”. Aquellas personas que se encuentran en esa periferia tienen que obedecer y acatar órdenes de personas que se creen superiores. Por esto, los que están sometidos quieren evadirse, ser libres, renunciar a todo lo que tienen anteriormente. Prefieren quedarse sin nada de lo que poseen en esa situación de sometimiento y dejar de estar subordinados a personas que no lo merecen; consiguen así una parcela de libertad.
Centrándonos en la mujer, sabemos que históricamente la mujer ha tenido un papel nulo en la sociedad. Los logros obtenidos se han conseguido muy tarde (voto, independencia...). La lucha de la mujer por sus derechos ha resultado muy difícil; ha sido discriminada y no tenía igualdad con respecto al hombre. Hoy día los logros son notables pero todavía la mujer debe integrarse en algunos aspectos de la sociedad (en el plano político por ejemplo). La mujer, en el fondo, sigue siendo una identidad hereje.
A lo largo de la historia, el concepto de diferencia se ha empleado de una manera negativa, divisoria, creando posiciones dualistas y subcategorías. La noción de diferencia siempre estuvo vinculada a las relaciones de poder y por esto, se sustentó en relaciones de dominación y exclusión. Ser “diferente de” era sinónimo de ser “menos que” o “valer menos que” (inferioridad). La mujer siempre ha sido considerada como “lo diferente” o “lo otro” frente al hombre, que era lo natural y lo universal. Así se produce una división entre hombres y no- hombres, dando lugar a una jerarquía en la que lo que se considera superior, el hombre, tiene el poder y domina a lo inferior, la mujer. La dominación y la jerarquía era algo intrínseco al hombre y por lo tanto inevitable. El concepto de diferencia era sinónimo de inferioridad.Nos podemos remontar a la antigüedad clásica para encontrar esta concepción de la mujer. La subjetividad era algo exclusivo del hombre, no tenía ninguna relación con la mujer. Actualmente se busca una subjetividad que vaya más allá del género, una subjetividad nueva sexualmente indiferenciada. Para entender mejor esta idea, es esencial saber a lo que nos referimos cuando hablamos de subjetividad. Ésta se define como el modo de pensar, sentir, actuar, de ser... que caracteriza a cada sujeto o cada grupo de sujetos. No se tenía en consideración la manera de ver el mundo y de enfrentarse a él de la mujer, ya que ésta simplemente no se consideraba sujeto.Esta actitud del hombre (y de algunas mujeres) se denominó con el paso del tiempo machismo. Por machismo se entiende la actitud y comportamiento de las personas que consideran el hombre superior a la mujer. Frente a la forma discriminatoria de pensar del hombre, la mujer tomó conciencia y en el s. XVIII se inició un movimiento social que reivindicaba para la mujer la plena igualdad con el hombre en terrero jurídico, político y económico. Este movimiento se denominó feminismo.
Hay que destacar que, desde sus inicios, las feministas se dividieron en dos grandes corrientes: las que se inspiraban en la diferencia (sexual) y las que se basaban en las teorías del género. La diferencia entre los dos bandos era fundamentalmente conceptual:
· Defensoras de la diferencia sexual como punto de partida: el sexo se entiende, en este contexto, como la condición orgánica que distingue el macho de la hembra. Estas feministas afirman que esta concepción la utiliza el hombre de forma negativa dando lugar al sexismo, corriente que valora a las personas según su sexo (discriminando a la mujer por considerarlo el sexo débil).
· Defensoras de la noción de género como punto de partida: género se define como un conjunto de cosas semejantes entre sí por tener caracteres esencialmente comunes. Así, de acuerdo a determinadas características se diferencian a las personas. Este otro grupo de feministas, argumentan que los hombres consideran inferiores las características de las mujeres frente a la de los hombres y se basan en esto para hacer distinciones entre géneros poniendo en un escalón superior al hombre (incluso se llegó a considerar que sólo existía un género, el género masculino).
A pesar de estas diferencias, todas las feministas buscaban la igualdad para la mujer, su reconocimiento en la sociedad y la redefinición de su subjetividad y de su identidad. Logrando estos objetivos, la mujer dejaría de ser un sujeto nómade, es decir un sujeto sin lugar fijo en la sociedad, sin una situación reconocida en ella (no considerando la periferia como un lugar en la sociedad, sería la “no- sociedad”). Si encuentra su sitio en la estructura social, consigue a su vez definir su identidad. Es decir, definir las características que configuren su personalidad, “lo que es”.
Para conseguir ese reconocimiento como sujeto, es necesario seguir una serie de pautas (de las que se hablará posteriormente) y acabar con ciertos mitos. Algunos de estos mitos es la identificación del género con la masculinidad, es decir asociar el género a los hombres. De este modo, las mujeres quedaban relegadas a un segundo plano y estaban subordinadas al hombre; sólo existía el varón, y lo que no sea hombre no es mujer sino “no- hombre”. Tomando como punto de referencia esta idea o concepción de género, se explica la construcción social y las diferencias entre sexos. La sociedad ha estado organizada según esta concepción del hombre y de la mujer. Es decir, esta forma binaria de pensar se ha reflejado en las relaciones de poder, en el conocimiento etc., en todos los elementos que forman la estructura social. Un ejemplo claro de esto es la organización patriarcal, donde los padres dejaban su herencia al hijo mayor y si el mayor era hija, pasaba al varón de más edad. La estructuración de la sociedad se ha basado históricamente en el dualismo hombre/mujer, donde el hombre representaba lo común, lo universal y la mujer la alteridad. Este dualismo da primacía al hombre, que se encuentra en lo más alto de la jerarquía social.
Otro de los mitos habituales es el de unir la noción de género con el sexo; existen otras variables que también pueden configurar al género como la clase, la raza, la edad... En este error, el de no tener en cuenta todas las variables posibles, han caído también las feministas al relacionar el feminismo con la mujer blanca discriminando a las de raza negra. Hoy, existe una nueva subjetividad femenina multicultural y se consideran aspectos como la raza, la clase o la edad, citados anteriormente, a la hora de configurar su identidad. Cuatro son las ideas que se deben tener en cuenta a la hora de analizar el papel de la mujer en la sociedad:
- Criticar la significación etnocéntrica y unívoca del término género monopolizado por el hombre.
- Conseguir una subjetividad y una identidad propias de la mujer que le permitan acceder al poder (el hombre ya tiene identidad y subjetividad y por eso el poder se reserva exclusivamente a él).
- Uno de los objetivos básicos del feminismo será averiguar el destino social de la mujer sin tener en cuenta la idea tradicional de la “supremacía natural del hombre”.
- Es fundamental para el reconocimiento de la mujer, la configuración de su identidad considerándola como sujeto femenino, otro soberano, no-excluyente.
Para conseguir ese reconocimiento social y que se le considere como un sujeto histórico más se deben seguir varios procesos, que derivan de todo lo expuesto anteriormente, que se explicarán brevemente y se desarrollarán posteriormente y que servirán para enlazar con la segunda parte de este ensayo. Las fases son las siguientes:
1. - Experiencia de discriminación: la mujer históricamente ha estado subordinada al hombre. Se debe tomar conciencia de desigualdad para enfrentarse al problema. 2. - Reconocimiento de otros iguales: cada mujer debe saber que hay más mujeres en su misma situación. Se deben unir sin tener en cuenta las diferencias entre ellas y tomar como base en sus características comunes. 3. - Lucha por el reconocimiento: la mujer debe pensar que es igual al hombre, tiene que estar convencida de que no es inferior a nadie. Es algo más que un “no- hombre”. 4. - Reivindicación de autonomía y universalidad: esta fase deriva de la anterior. Una vez que las mujeres se convencen de que no son “lo otro”, pasan a reivindicar sus derechos. Piden una parcela de libertad y que se les reconozca como un parte más de la sociedad.
2. - DESARROLLO.
A lo largo de la historia, la mujer ha luchado por hacerse un hueco en la sociedad. Siempre ha estado en un segundo plano con respecto al hombre; se consideraba que era inferior por naturaleza y debía estar subordinada a alguien superior a ella. Desde los antiguos filósofos, como Aristóteles, ya se encontraba marginada y era dominada por el varón. Los derechos de la mujer no existían, la igualdad era algo impensable para ellas. Estas ideas estaban tan arraigadas en la sociedad, que incluso las propias mujeres se consideraban inferiores y no se les ocurría quejarse ante la autoridad del sexo contrario. Esa actitud machista ha sido combatida por las mujeres desde que tomaron conciencia del problema y se dieron cuenta de que tenían los mismos derechos que los hombres.
Se empezaba a pensar que podían estudiar, llegar a ocupar un cargo de prestigio social, no limitarse a las tareas del hogar, tener su independencia, ser reconocida por el resto de la sociedad, tener libertad para expresarse, no acatar órdenes de otros... (derechos que hoy nos parecen normales). Es decir, estaban surgiendo nuevas ideas progresistas que estaban encaminadas a conseguir la igualdad entren hombres y mujeres. Desde luego, los avances que se han conseguido han sido notables pero tardíos, como el derecho a voto, desempeñar los mismos trabajos que el hombre (aunque no todos) o su parte de independencia. Pero hay que destacar que todos estos logros se han conseguido mayoritariamente en las sociedades occidentales. En numerosas culturas, la mujer, hoy en día, sigue estando subordinada al hombre y discriminada socialmente. Hay lugares donde la mujer no puede conducir, llevar pantalones, votar, expresar su opinión, participar en la política, incluso en ciertas zonas deben llevar el rostro cubierto. Son culturas que se basan todavía en la inferioridad de la mujer como creencia básica para organizar la sociedad.
¿Es posible cambiar esto?. Sería muy difícil, y se lograría siempre y cuando las nuevas ideas penetren en estos pueblos, se tome conciencia del problema y las propias mujeres se convenzan de que son iguales que los hombres. Pero como se ha dicho, son ideas muy arraigadas en esas culturas y conseguir la igualdad para la mujer se convierte en una tarea larga y ardua.
Por otra parte, cabe plantearse si en esas sociedades llamadas occidentales y supuestamente más avanzadas en estos temas, la mujer sigue siendo una identidad hereje, si sigue estando en la periferia de la sociedad. Es cierto que, con respecto a las sociedades descritas anteriormente, los occidentales están bastante más avanzados. La mayoría de los sistemas políticos reconocen la igualdad entre hombres y mujeres y reconocen sus derechos como tales. Pero esto es en teoría, en la práctica las cosas son diferentes. A pesar de este reconocimiento legal, hay muchos trabajos en los que existe la supremacía del hombre, es decir, sigue habiendo “trabajos de hombres” y “trabajos de mujeres”. Por ejemplo, hay muy pocas mujeres- bombero y muy pocos hombres que trabajen en una mercería. Los puestos de mayor prestigio siguen estando reservados al hombre (como en política).
Por otra parte, también existe una “cultura del hombre” y una “cultura de la mujer”. Es muy difícil ver a una mujer arreglando un coche y a un hombre cosiendo un botón. Son tareas que se asocian a uno u otro sexo. Desde niños, se educa según su sexo: los niños juegan con camiones y las niñas con muñecas. Esto, con el paso del tiempo, configura en las personas su identidad.
Como conclusión de todo esto, se puede señalar que la mujer ha conseguido avances importantes en su lucha por la igualdad (a pesar de lograrse con retraso). Pero aún en la sociedad, que se define como moderna y progresista, se otorga una superioridad al hombre (aunque sea de forma inconsciente), cuando se busca trabajo por ejemplo, y los papeles y las tareas siguen estando definidos. Si la mujer no ha tenido mayor protagonismo a lo largo de la historia ha sido porque no se le ha dado la oportunidad. Existe, por tanto, una igualdad aparente, pero en realidad todavía queda un largo camino para que esa igualdad no sea sólo aparente y se transforme en hechos. Las mujeres, para conseguir los logros marcados (como el derecho a la libre expresión de sus pensamientos), han tenido que superar barreras y seguir un largo proceso. Este proceso se compone de una serie de factores y pautas a seguir. Estas pautas se han realizado y se deberán seguir poniendo en práctica, para llegar a una sociedad sin marginación donde la mujer esté totalmente integrada en la sociedad. A continuación, se desarrollarán las cuatro grandes fases del mencionado proceso para conseguir la identificación de la mujer como sujeto histórico. La mujer, para conseguir su libertad e independencia y lograr definir su identidad, debe pasar por una serie de etapas relacionadas entre sí.La primera pauta a seguir sería, tener en cuenta su experiencia de discriminación.
Cada mujer debe ser consciente de que históricamente ha habido un claro dualismo hombre/mujer: el hombre se identificaba con lo universal, lo único y la mujer con “lo otro” y estaba desvalorizada. Ella se encontraba fuera de lo universal (el hombre). Sólo existía un sujeto, el varón, que tenía como tal, una identidad y una subjetividad. La mujer al no considerarse como sujeto, no tenía identidad. Además, el origen del hombre no se relacionaba “con lo corporal”, sino como fruto de la naturaleza, dotado de conciencia y racionalidad. Por otra parte, el origen de la mujer es “corporal”, no es consciente y carece de racionalidad. Por esto, es controlada por lo superior ya que no puede autorregularse. Al ser considerada únicamente como un cuerpo, se le trata como un objeto y es explotada.Las mujeres deben tener en cuenta esta concepción histórica de la mujer para saber qué tienen que cambiar y cómo lo deben hacer. Al analizar su situación histórica, sabrán que el principal objetivo es conseguir la igualdad, alcanzar la subjetividad igual que el hombre (tanto a nivel general como a nivel particular) y acabar con la diferencia sexual como base de la organización de la estructura social. A lo largo de la historia, el papel de la mujer en política ha sido prácticamente nulo. Un ejemplo claro sería la sociedad industrial, que era fundamentalmente un mundo masculino donde la pobreza se relacionaba con la mujer. Por tanto, ésta no podía aspirar a nada en la vida. Incluso personajes ilustres de la historia desvalorizaban a la mujer. Mr. John Langdon Davies pensaba que “cuando los niños dejen por completo de ser deseables, las mujeres dejarán del todo de ser necesarias”. Napoleón o Mussolini creían que “las mujeres son intelectual, moral y físicamente inferiores a los hombres”. La visión histórica de la mujer se reduce a una palabra: machismo. Ejemplos como éstos deben tenerse en cuenta para valorar la situación de la mujer y para tratar de cambiarla. Esta mirada atrás debe servir para que cada mujer tome conciencia del problema (la desigualdad) y recuerde su función en la sociedad, que la tiene, y sus posibilidades.
Por otra parte, esa vuelta atrás en el tiempo también debe servir para conocer los logros conseguidos y que esto motive a nuevas generaciones a seguir luchando por sus derechos y así, escribir la historia de otra forma.A la mujer le han faltado las oportunidades, la preparación, el estímulo, el tiempo e incluso el dinero necesarios para luchar y hacerse escuchar. Pero poco a poco se han conseguido objetivos importantes como la formación universitaria o la posesión de sus propios bienes (logros que muchos consideran privilegios cuando son derechos naturales para todas las personas).Hoy día, a pesar de las motivaciones y el afán de cambiar el curso de la historia, muchas mujeres tienen miedo, un miedo que esconde toda la discriminación y la marginación de tiempos pasados. Se tiene miedo a ser libres, a las reacciones de la sociedad, a que aumente el rechazo. Incluso se tienen dudas acerca de sus propias posibilidades porque han sido muchos años de desigualdad y represión.Pero todo esto no debe servir para que aumenten los temores sino para querer cambiar la realidad. Cada mujer tiene que tener el valor necesario y decidirse a luchar por algo que le corresponde por naturaleza y del que ha sido privada.“Si nosotras no nos preparamos, no nos esforzamos, si no estamos decididas para luchar por nuestros derechos, ¿quién lo hará?. Nadie.”.
Una vez que la mujer recupera la historia y utiliza su propia experiencia para comprender el problema, debe tomar conciencia de que no está sola. Hay más mujeres en su misma situación. Entonces entramos en una nueva etapa: el reconocimiento de otros iguales. Las mujeres son duras con las mujeres, a las mujeres no les gustan las mujeres, pero ¿no están todas en el mismo “bando”?. Todas luchan por un mismo objetivo: la igualdad. Cada mujer debe saber que no está sola en la lucha por su reconocimiento social. Por esto, se deben unir para formar un único cuerpo sin importar las diferencias entre ellas. Lo más importante es lograr algo que les beneficiará a todas y pasar por alto esas diferencias que existen entre ellas.Por otra parte, estas diferencias no se deben tener en cuenta a la hora de unirse, pero sí cuando logren conseguir definir su identidad y su subjetividad. Se hablaba con anterioridad de lograr una subjetividad general y una subjetividad particular. A esto nos referimos ahora. Se pretende lograr una identidad que defina a la mujer, pero dentro de esa identidad colectiva hay más identidades concretas que corresponden a cada mujer en particular.Todas las mujeres tienen un mismo objetivo, pero cada una de ellas tiene su propia experiencia, intereses o motivaciones. Estas características individuales pueden aportar nuevas ideas al grupo. Todo esto viene a decir que las mujeres no deben separase y discriminarse entre sí por su raza, edad, clase etc., ya que por encima de todo eso está un objetivo común. Una vez que las mujeres se toleran unas a otras, se unen y se hacen fuertes, deben tratar de cambiar los valores atribuidos históricamente al sexo femenino. Cuando se llega a un consenso y se deciden a actuar surgen movimientos como el feminismo. Pero ese consenso no significa que todas las mujeres sean iguales, como ya se ha explicado anteriormente.
Al igual que las mujeres entre sí reconocen sus diferencias, que no deben servir para separarse, también deben ser reconocidas por el resto de la sociedad. Es decir, que las mujeres se unan entre sí no quiere decir que todas tengan las mismas características.Al hablar de reconocimiento de otros iguales, podemos referirnos a dos ideas: el reconocimiento de más individuos en su misma situación, que es la idea desarrollada anteriormente, o bien de otros grupos o colectivos. Esto se explica de la siguiente manera: cada mujer reconoce que hay más mujeres con el mismo problema, la discriminación, y a la vez sabe que hay otros grupos que también lo sufren, por ejemplo los hombres de raza negra o los homosexuales. Esto beneficiará la ayuda y la cooperación entre los distintos colectivos.Todo esto lo reflejaba a la perfección Simone de Beauvoir. Señalaba que “ya no se sabe a ciencia cierta si aún existen mujeres, si existirán siempre, qué lugar ocupan en el mundo, qué lugar deberían ocupar. ¿ Dónde están las mujeres?”. Con esta última pregunta Beauvoir parecía decir: “salid de donde quiera que estéis, sed mujeres, seguid siendo mujeres, convertíos en mujeres”. Cuando todas las mujeres se convierten en una, empieza la lucha por sus derechos, por conseguir su identidad, por ser independientes, en definitiva, luchar por el reconocimiento.
El punto de partida es reconocer la situación y después actuar para cambiar. La mujer debe dejar de ser algo abstracto para convertirse en una representación real, con su propia identidad. La lucha incesante por acabar con el sentido histórico de la noción de mujer supone superar los conceptos establecidos. Todo comienza por criticar lo dominante, el hombre como sujeto universal, y reelaborar el concepto de mujer asociado a la inferioridad. De esta forma, comienza la corporización del sujeto femenino.
Rosi Braidotti señalaba tres aspectos fundamentales que configuran la identidad para que sea reconocida y aceptada por los demás:
· Aspecto relacional: establecer vínculos con otras personas y grupos aceptando e incorporando sus intereses y creencias.
· Aspecto retrospectivo: servirse de los propios recuerdos y experiencias.
· Estudio de la historia: tener en cuenta las sucesiones y las diferentes etapas por las que un grupo o movimiento, con el que se tiene algún tipo de relación, han pasado a lo largo de la historia.
La corporización de un sujeto como sujeto histórico, supone conseguir una identidad que lo defina. Esa identidad será conocida por el resto de los miembros de una sociedad (reconocimiento social). Ese reconocimiento social de la mujer supone, entre otras cosas, reconocer su libertad, igualdad en temas de justicia y la capacidad de autorrealización y, por otra parte, superar el dualismo discriminatorio varón/hembra. Para que la mujer se integre en la sociedad como un sujeto más, debe empezar a ser considerada como algo más que “el otro sexo”, es decir, dejar de contestar a la pregunta de qué es la mujer desde el punto de vista masculino. La mujer se debe definir por sí sola y no en relación con el hombre, ya que de este modo está determinada por él. Esta determinación por parte del varón, supone una consideración negativa de la mujer: la mujer es lo otro, es un ser sexuado, simplemente “no es hombre”. Cuando el hombre empiece a pensar en la mujer como un sujeto más, con independencia y autodeterminación, el camino de la integración y la igualdad estará más cerca. Para lograrlo, la unión y la lucha, el auge del feminismo, son esenciales. En el momento en el que la mujer sea reconocida como semejante, podrá incorporarse en igualdad de condiciones al grupo social. Pero esto no significa que desde un principio realice las mismas actividades y desempeñe las mismas tares que el hombre. Después de la lucha por el reconocimiento, comienza una nueva lucha por la integración y la igualdad, como se ha citado con anterioridad. Es decir, comienza una nueva fase, la fase de reivindicación de autonomía y universalidad.
Podemos hablar aquí, de la desaparición del sujeto feminista, el que lucha por acabar con la concepción del hombre para referirse a los seres humanos, como sujeto nómade (según Braidotti). Esto viene a decir que, una vez que el hombre acepta a la mujer como igual, ésta encuentre su sitio en la sociedad. En ésta, debe buscar su papel, sus tareas, sus ocupaciones propias. Cuando hablamos de reivindicación de autonomía y universalidad, podemos referirnos a dos aspectos: por una parte, a la autonomía y universalidad de su identidad, y por otra, a la independencia y la autonomía en la sociedad en cuanto a las tareas, trabajos, papeles etc., comentados antes.
Si nos referimos a la identidad, hacemos referencia a la aceptación y reconocimiento por parte del resto de los componentes de un grupo social, de unas características propias de la mujer en cuanto a formas de ser, pensar y actuar. Con esa identidad, se reconocerá a la mujer, dándole el carácter de universal (aunque luego cada mujer en particular tenga su propia identidad, es decir sus propias características individuales al igual que el hombre). Si nos referimos al papel de la mujer en la sociedad, hablamos de reconocerle una posición con las tareas correspondientes. Es decir, que tenga su propio sitio dentro de la estructura social con independencia del hombre. O lo que es lo mismo, llevar a la práctica la igualdad y la libertad reconocidas a la mujer. De esta forma, logrará su autonomía: pensar por sí misma, votar según sus ideales, trabajar siguiendo sus propias normas...
De esta manera, la mujer se irá incorporando a trabajos y lugares reservados al hombre: empezará a participar en la política, a practicar deporte, a llevar la ropa que quiera, comenzará a escribir libros y a investigar; en definitiva, empezará a desempeñar aquello que por naturaleza le corresponde, al igual que al hombre, y del que ha sido privada por aquellos que se consideraban superiores.
Como reflexión final cabe preguntarse por qué la mujer ha tenido que luchar constantemente por sus derechos mientras que el hombre los ha tenido desde siempre. ¿Por qué se ha considerado a la mujer como inferior al hombre?, ¿por qué sólo se ha identificado a la mujer como “el otro sexo”?, ¿por qué la mujer se ha relacionado siempre con la función reproductora llegando a denominarla el “ser sexuado”? Se ha hablado siempre de superioridad del hombre porque éste era considerado como lo dominante, ya que lo que domina es lo más fuerte y en fuerza física (por naturaleza) el hombre supera a la mujer. En cambio, lo dominante también puede ser lo más inteligente o lo más hábil, pero esto nunca se tuvo en cuenta. Por esto, el papel que le quedaba a la mujer era el de reproductora; sólo se identificaba a la mujer por su sexo. Al no reconocer su autonomía, lo débil se subordina a lo más fuerte, quedaba relegada a un segundo plano. Además, ese segundo plano no estaba formado por mujeres sino por “no- hombres”.
Para combatir esta actitud por parte del hombre, surgen movimientos como el feminismo. Éste niega la “inevitabilidad” de la superioridad masculina tanto en el ámbito profesional como en el personal. Por otra parte, afirma que la dominación masculina de la mujer surge de una amplia gama de estereotipos relativos al sexo.
Para terminar, vamos a recuperar algunas de las ideas fundamentales que Virginia Woolf defendió en “Una habitación propia”. Esta autora, reflejaba a la perfección el miedo de las mujeres a ser libres y a luchar por lo que le pertenece. Un miedo fundado en lo desconocido y en el “qué dirán”. Para Woolf, lo más importante es ser uno mismo y luchar por ser reconocido como tal. Con un poco de tiempo y “unos cuantos conocimientos liberescos en sus cerebros”, se entrará en la larga, laboriosa y oscura carrera hacia la igualdad y la autonomía de la mujer. Sólo se necesita una oportunidad y aprovecharla para ser libres y actuar con independencia del hombre.
Cuando se tenga esa libertad, hay que acostumbrarse a ella y no temer por dejarse llevar por las propias creencias. Hay que tener valor; valor para decir lo que se piensa, valor para actuar siguiendo sus propios intereses, valor para ser mujer. Según esta autora “hay que ver a los seres humanos no siempre desde el punto de vista de su relación con ellos, sino de su relación con la realidad”. Ojalá llegue el día en el que se deje de hablar de “la conquista de los derechos de la mujer”, “la incorporación de la mujer al trabajo” o de “la dura vida de la mujer”, porque eso significará que se ha logrado la plena igualdad y que la lucha ha terminado. Ojalá llegue el día en el que, el hecho de que una mujer se convierta en presidente de un país, que gane un campeonato de motociclismo o que arbitre un partido de fútbol, no sea noticia.
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