La guerra del oro negro
Después de que EEUU decidiera invadir Irak el 20 de marzo de 2003, el país se ha sumergido en un dura posguerra en la que lucha de facciones suníes, chiíes y kurdas por hacerse con el poder está minando de muertos el territorio iraquí. Casi tres años después, la invasión estadounidense ha sido calificada como “la guerra de las tres excusas encadenadas”. La Administración Bush intentó justificar el conflicto bélico hasta con tres argumentos diferentes que, con el tiempo, se han probado erróneos. Se acusó al régimen de Sadam Husein de tener en su poder armas de destrucción masiva; se vinculó el régimen con la organización terrorista Al Qaeda y se justificó la guerra como parte de la lucha contra el terrorismo; y, finalmente, la Administración Bush argumentó que la invasión era el instrumento para acabar con el régimen tiránico de Sadam. Sin embargo, autores como Noam Chomsky apuntan que “si Irak estuviera en algún lugar de África central, si no fuera la segunda mayor reserva de petróleo del mundo, los EEUU habrían hecho caso omiso del arsenal armamentístico de Bagdad. Controlar Irak significa controlar una gran fuente de poder estratégico, de riqueza material”.
Desde el último tercio del siglo XIX, el petróleo –por sus mejores condiciones como combustible y la facilidad de transporte- se ha convertido en la energía primaria más importante del mundo. Prácticamente todas las actividades económicas se sustentan en el petróleo como fuente de energía, representando alrededor del 40% de las necesidades energéticas mundiales.
El precio del barril de petróleo se considera un referente en el sistema energético mundial y sus oscilaciones afectan a este sistema de forma unidireccional, es decir, las variaciones en la cotización del petróleo afectan al resto de los mercados energéticos y no a la inversa. Además, el mercado del petróleo forma parte vital de los mercados financieros ya que sus variaciones afectan a casi la totalidad del resto de los sectores. Así, la dependencia de la economía mundial del petróleo y de sus fluctuaciones e inestabilidad en los precios es cada vez mayor.
El petróleo y la gama de productos derivados lo convierten en uno de los factores más importantes del desarrollo económico y social en todo el mundo. Las decisiones estratégicas que toman los países productores con relación al crudo influyen en los precios de gran parte de los productos que consumimos. Cuando sube el petróleo se produce una subida de los costes, de forma más o menos inmediata, en casi todos los sectores productivos y, en consecuencia, este aumento se nota en los precios de los bienes de consumo. Por otra parte, la extracción y producción de petróleo está en manos de unos pocos países y son controladas por los denominados carteles de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), quienes con sus decisiones influyen en los distintos mercados en los que se fijan los precios mínimos del crudo. Por todo ello, es muy importante el impacto del petróleo en la economía mundial y en las de los diferentes países que dependen en gran medida de esta materia prima.
El crudo se convierte, de esta forma, en una “moneda de cambio” y en un instrumento de presión política y económica de primera magnitud. Las subidas y bajadas de los precios se producen por muy diversos factores, pero los más importantes son las decisiones políticas de los países productores, los conflictos sociales o bélicos en las zonas vinculadas a la producción de petróleo y, en ocasiones, las decisiones que puedan tomarse en determinados foros financieros mundiales. El petróleo se transa en los mercados internacionales y su valor puede determinar las ganancias o pérdidas en un mercado. Cualquier variación en el precio del crudo ejerce un efecto dominó sobre el resto de la cadena económica provocando una caída del consumo y un aumento de la inflación. Por otra parte, el impacto sobre la economía nacional depende de la importancia de las importaciones o exportaciones de petróleo en el Producto Interior Bruto (PIB) de cada país.
Petróleo y subdesarrollo
El petróleo se encuentra mayoritariamente en los países subdesarrollados, lo que les otorga un poder invalorable. Las mayores reservas de petróleo se encuentran en países del Tercer Mundo que, además, cuentan con yacimientos de altísima productividad natural, mientras que los mayores consumidores son los países industrializados y, recientemente, China.
Estos países productores dependen, en gran medida, de sus exportaciones petroleras para sustentar su crecimiento económico y lo utilizan como instrumento de desarrollo. Por esta razón, los países productores presionan internacionalmente para que se siga utilizando el petróleo porque de lo contrario sus economías se hundirían ya que dependen de la llamada renta petrolera. Por tanto, sus economías están pendientes del comercio exterior. Sin embargo, podemos apreciar que esta situación está empezando a cambiar paulatinamente tanto por la gama de las exportaciones como por la disminución de la dependencia de las importaciones.
El petróleo se consume de forma mayoritaria en los países donde no se produce. Entre EEUU y Europa Occidental absorben casi la mitad del consumo petrolífero mundial. Sin embargo, los países del Golfo Pérsico, que sólo representan el 4,5% del consumo mundial, son los mayores emisores con el 26% de la producción. De esta forma, los países occidentales dependen de la importación y se ven sometidos a los precios que imponga un mercado oscilante e imprevisible, cuyas variaciones pueden tener graves y encadenadas consecuencias en la economía mundial, como caída del consumo, el aumento de la inflación o el incremento de los tipos de interés.
Haciendo memoria histórica, desde comienzos del s.XX los países productores de petróleo del Tercer Mundo se “integran” en la economía capitalista mundial como surtidores de petróleo y también como importadores de los productos provenientes de los países desarrollados. A la dependencia de las exportaciones petroleras se une la dependencia establecida a través del control directo de los recursos mediante grandes compañías procedentes de las grandes potencias ya que estos países tienen la materia prima pero, en muchas ocasiones, carecen de capital y tecnología para asumir su propia industria y se ven obligados a cederlas en concesiones que daban un trato desigual a los países productores. De esta forma, el mercado petrolero internacional –desde la producción hasta el consumo final- estaba controlado por las grandes potencias que satisfacían sus propios intereses.
En este contexto, la OPEP nace para garantizar el dominio de los productores en el mercado petrolero, producir sólo lo necesario, evitar la superproducción, y, por lo tanto, el predominio de los consumidores. Las cuotas de producción eran el mecanismo de control político con el que podían contar los productores para enfrentarse al imperialismo petrolero de los países dominantes. Sin embargo, actualmente existe una gran controversia respecto al papel que ejerce esta institución dentro del mercado internacional. Se ha acusado a la OPEP de formar un monopolio y de determinar de forma unilateral los precios del barril ya que controla la mayor parte de la producción mundial de petróleo (aunque existen países productores que no pertenecen a esta organización como Rusia o EEUU).
El grueso del comercio internacional de los estados miembros de la OPEP se realiza en el mundo industrializado. Además de esta dependencia del comercio exterior, los países de la OPEP tienen las características comunes de las economías petroleras: la dependencia de la renta petrolera, producción no petrolera escasa, aparato industrial poco productivo y el estado como principal protector y estimulador de la economía.
Un claro ejemplo de la importancia de esta organización en la economía mundial lo encontramos en el año 1973, cuando los países productores de petróleo (en su gran mayoría periféricos) coordinaron sus políticas e impusieron condiciones de diversa naturaleza a las naciones consumidoras (periféricas), ya que la negativa de estos últimos tendría importantes repercusiones económicas, políticas y sociales en su país. De esta forma, los países periféricos pudieron materializar su recurso de poder y forzó una mejora en los términos de intercambio, además de la recesión en la economía mundial que esta medida generó.
Desde una perspectiva más actual, los países productores mantienen el riesgo de sufrir un deterioro en términos de intercambio como consecuencia de una posible producción concentrada de los países llamados centrales, lo que dificultaría cambios en los precios a favor de los países productores. Esta concentración de la que hablamos se materializa en la estrategia adoptada por la Administración Bush en 2004 para debilitar la OPEP y que tenía por eje el control de los yacimientos de Irak. De hecho, muchos analistas apuntan que la retirada de las tropas estadounidenses del territorio iraquí estará supeditada a un control más o menos estable de parte de los yacimientos de petróleo.
Los países exportadores de petróleo son conscientes del papel clave que tienen en la economía mundial por lo que intentan controlar los niveles de producción. El poder que adquirió la OPEP hace 30 años ha disminuido con el tiempo pero, actualmente, sigue llevando las riendas del mercado y logra disparar los precios del crudo a pesar de que los países industrializados han intentado contrarrestar esta situación con medidas como la creación de la Agencia Internacional de Energía (AIE) –cuyo objetivo fundamental era reducir los precios del petróleo e incrementar la producción de crudo-.
Esta “lucha competitiva” provoca cambios en los pecios del crudo. Una subida fuerte de los precios es beneficiosa a corto plazo pero a la larga estimula la investigación de otros campos y el desarrollo de formas alternativas de energía, con lo que los precios vuelven a bajar.
A su vez, una tarifa demasiado baja para el barril de crudo implicaría reducciones en las inversiones en infraestructuras, necesarias para mantener el flujo de petróleo en el mercado mundial. Así, la demanda global seguiría aumentando pero no habría suficiente crudo para cubrirla, lo que provocaría un nuevo incremento en los precios.
Podemos decir para concluir que la legítima pugna de intereses entre productores y consumidores de petróleo podría ser transformada en cooperación global que evite las grandes fluctuaciones desestabilizadores y los precios desorbitados del petróleo y de los precios de los productos industriales y, sobre todo, que permita prevenir las amenazas del abastecimiento energéticos que provocan los conflictos bélicos.
Es comprensible que los países productores, para los cuales el petróleo es la principal y a veces única fuente de ingresos, busquen precios estables y remunerativos para su principal producto exportable. Por tanto, se precisan políticas que garanticen precios justos tanto para los consumidores como para los productores. Estos países productores deberán invertir de forma definitiva en la ampliación de su capacidad de producción. Y este proceso no está exento de problemas como las dificultades financieras, la volatilidad de los precios y la falta de transparencia del mercado. A esto, cabe añadir que la solución no es presionar a los países en desarrollo para que abran más sus mercados ya que no se ofrecen posibilidades de exportar para salir de la pobreza y el subdesarrollo.
Como se ha visto, la producción de petróleo no equivale a la posesión del mismo. Muchos países productores de petróleo carecen de industria suficiente para aprovechar sus recursos energéticos y se limitan a vendérselos a los países industrializados a quienes, a su vez, compran la energía elaborada (más cara que el petróleo que exportan).
El ejemplo más actual lo encontramos en Bolivia. El presidente electo, el indígena Evo Morales, ha anunciado medidas de nacionalización de la cadena productiva de los recursos, entre ellos el petróleo. Actualmente, el petróleo boliviano es explotado por empresas trasnacionales. Evo Morales pretende que el Estado sea el que comercialice y las trasnacionales se limiten a la prospección y extracción, algo que es inviable para las petroleras porque requiere una mayor inversión. Morales asegura que los contratos de las petroleras son ilegales ya que en la Constitución boliviana se recoge que el Estado es el dueño de los recursos naturales. Sin embargo, las petroleras extranjeras aseguran que la posesión sigue siendo del Estado y que lo que ellas controlan es la producción. Y en esto incide el líder boliviano, en regular los sectores privatizados desde 1995 que funcionan al margen del gobierno y que supone grandes pérdidas. El debate está servido.
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