Bajo una única bandera
“Que nadie le haga sombra a EEUU”. Ésta fue una de las primeras declaraciones de George. W. Bush cuando se proclamó vencedor de las polémicas elecciones de 2000. En su política exterior, la Administración Bush estableció un objetivo cardinal: servirse del poderío estadounidense y, en especial, de su fuerza militar para recomponer un paisaje geopolítico en el que Washington determinara las reglas del juego. Los asesores del presidente lo tenían claro: “Debemos hacer cualquier cosa para impedir que un país o un bloque regional pueda algún día presentarse como rival para EEUU”. Y, de momento, se ha cumplido.
Una de las vías de comunicación más utilizadas actualmente es sin duda Internet, la World Wide Web. Cada día, millones de e-mails y documentos se intercambian a través de la red. Para evitar que otros usuarios puedan acceder a nuestra bandeja de entrada blindamos los contenidos con una contraseña o activando el spam. Sin embargo, lo que no sabemos es que desde California y activando unos cuantos botones muchos mensajes pueden quedar al descubierto. En esta ciudad estadounidense se encuentra el ICANN, la organización que controla los recursos de Internet como las direcciones de correo, los dominios o los números IP. Los servicios raíz, los que registran las direcciones, están controlados en su mayoría por EEUU, por sus universidades y por el propio ejército.
Éste es sólo un ejemplo más de la hegemonía estadounidense en el actual sistema internacional ante la mirada del resto de actores internacionales incapaces de hacerle frente ante su indiscutible dominio en la estructura internacional en todos los ámbitos: económico, político- militar y cultural. Esta hegemonía se traduce en una independencia y autonomía para influir en el resto de los actores. Es por esto por lo que actualmente hablamos de un sistema unipolar bajo el influjo estadounidense que, a pesar de la aparición de nuevas potencias en el sistema internacional –como la UE, China o Rusia-, sigue manteniendo su privilegiada posición haciendo del interés nacional un interés internacional.
Ya queda muy lejos el eurocentrismo del s.XIX, con un EEUU emergente y aislacionista. Después de la caída de la URSS, el orden internacional mutó.
Si bien es cierto que el orden internacional busca la estabilidad y el equilibrio entre potencias, las reglas y normas que lo rigen están determinadas por EEUU. Ante este panorama regido por la ley del más fuerte, es Europa quien puede ejercer de contrapeso y establecer un equilibrio ante la hegemonía estadounidense. Desde que llegó la paz, después de ser escenario de los conflictos más duros y mortíferos del s.XX, Europa ha crecido y se ha consolidado sobre pilares tan sólidos como la extensión de la democracia y los Derechos Humanos. Es innegable el desarrollo político, social y económico de la actual Unión Europea, sin embargo resulta insuficiente.
Para hacer frente a la superpotencia estadounidense es necesario una Unión Europea fuerte y cohesionada. Es evidente que, actualmente, la UE carece de suficiente unidad interna. Podemos afirmar que más que un todo es una suma de partes. En los países miembros prima más el interés nacional que el interés general de forma que se busca siempre el beneficio para el propio país. Un claro ejemplo lo encontramos en el eje franco- alemán y el Reino Unido. El actual primer ministro británico, Tony Blair, ha desarrollado una peculiar política exterior de cara a la UE. Para hacer frente al eje entre Francia y Alemania, el Reino Unido se alió con la derecha europea de hace unos años: España con José María Aznar e Italia con Silvio Bersulconi. Con este tipo de maniobras se pretende aumentar la influencia en detrimento de la de otros países en la Unión. Hablamos de una Europa fragmentada, dividida en pequeños bloques cuyos intereses se contraponen. Con una Unión Europea fragmentada, EEUU no ve peligrar su posición hegemónica.
En la actual Europa de los 25, donde cada país tiene sus propios rasgos y características, encontramos importantes diferencias de desarrollo, de organización política y de cultura, sobre todo con relación a la Europa del Este. Estas diferencias se plasman a la hora de configurar la política europea. El último tema de confrontación son los presupuestos para el periodo 2007- 2013 donde el cheque británico y la política agraria son los focos de interés que mantienen dividido a países miembros como España, Francia, Alemania o Reino Unido. Pero éste es sólo un ejemplo de los problemas que empañan la Unión Europea. También son causas de enfrentamiento la adhesión de Turquía o las reformas económicas.
Ante esta situación, es fundamental superar las diferencias entre los actores internacionales que forman parte de la Unión, para lo que es fundamental la voluntad política para lograr el consenso y mantener un apoyo sin fisuras a una política común. Para lograr esa Europa cohesionada es imprescindible mantener unas relaciones duraderas en el ámbito de la cooperación y la asociación. Es clave la coordinación de intereses y la resolución de problemas comunes. Éste sería sólo un primer paso para lograr una integración real. Una integración donde primara el interés supranacional. Sin embargo, esto último puede parecer utópico ya que los miembros de la Unión no tomarán ninguna medida ni decisión que suponga pérdidas para su país. Un país que puede retirarle el apoyo que lo legitima. Por eso, en esta lucha de intereses es fundamental buscar los puntos de encuentro sobre los que edificar una Europa sólida pero rica en cuanto a diversidad.
La recién elegida canciller alemana, Angela Merkel, plasmó a la perfección en su primer discurso en Francia la esencia de la Unión Europea. Merkel estableció que seguiría manteniendo los fuertes lazos que unen a Alemania y Francia pero sin cerrarse al resto de los países. Merkel apostó por una política de aperturismo, en la que se establezcan relaciones fuertes y a largo plazo no sólo con Francia. Sólo así se podrá evitar el aislacionismo de algunos países miembros que dificulta la cohesión europea.
A pesar del revés que supuso el no francés y de los Países Bajos a la Constitución europea, es fundamental que la Carta Magna de los europeos entre en vigor, con las modificaciones que sean necesarias, y no continuar en la parálisis y el silencio en los que se ha sumido la Unión. Son muchos los temas que abordar como la adhesión de Turquía o el problema de la deslocalización. Pero el no europeo no fue un no a Europa sino un no a la Constitución tal y como estaba planteada. Pero, por otra parte, también se apuntó que el no francés fue en parte un voto de castigo a su presidente Chirac. Este tipo de situaciones son las que plasman la dificultad de la sociedad europea para discernir los asuntos nacionales de los de la Unión. Estamos hablando de una sociedad a la que le está costando, más que a sus propios dirigentes políticos, asimilar la unión. Una unión en la que muchas veces ni sus propios líderes se ponen de acuerdo.
Para conseguir una Unión Europea capaz de erigirse como un rival que amenace la primacía de EEUU es fundamental, además, lograr políticas comunes en materia de inmigración o economía entre otras. Desde la Unión se ha de promover la cooperación y apostar por un desarrollo sostenible. Temas cruciales como el empleo, la investigación o las ayudas al desarrollo son clave para lograr la competitividad y productividad necesarias para impulsar el modelo de Estado socialdemócrata moderno europeo. La zona Euro con altos y bajos se está manteniendo, llegando a sobrepasar el valor del dólar. Pero difícilmente se podrá alcanzar el esperado despegue económico si países como Reino Unido dieron la espalda a la moneda única.
Sin embargo, paso a paso se están logrando avances en la política común europea. La última iniciativa la encontramos en el “Plan de Mercado Común de la Defensa” que pretende liberalizar este mercado. Con este plan se persiguen dos objetivos fundamentales: aprovechar las economías de escala, que reporten beneficios a la Unión, y sacar el máximo partido a los recursos de los que se dispone, la mitad de EEUU, ya que los Estados podrán aprovisionarse mutuamente de sus equipos de defensa. Éste es el camino: buscar sinergias y sacarles el máximo partido.
En el actual sistema unipolar o imperial, sólo la erosión interna o la presión exterior de una nueva potencia emergente pueden hacer tambalearse la hegemonía de EEUU. La Unión Europea, si consigue presentarse como alternativa, podría hacer cambiar esta situación y llegar establecer un nuevo sistema multipolar en el que cupieran potencias como Rusia o China que ya compiten con EEUU en algunas subestructuras de la estructura internacional como, en el caso del país oriental, la económica y la militar. Podríamos hablar de encontrar un equilibrio multipolar ya que, atendiendo al desarrollo de estas otras potencias, no sólo tendríamos una oposición directa EEUU- UE.
Si se dieran las condiciones necesarias, se podría producir un cambio en el orden internacional donde las normas y reglas que lo determinan no estarían en manos de los estadounidenses sino de un conjunto de potencias. El protagonismo no estaría centrado en EEUU sino en una pluralidad de actores internacionales. Podríamos hablar de alianzas lo suficientemente fuertes como para evitar “un nuevo Irak” o para luchar por los recursos que EEUU actualmente maneja a su antojo. Si consigue hacerse con el petróleo de Irak, la segunda reserva mundial, EEUU dejará de depender de otros países para abastecerse (sobre todo después de los desastres naturales que lo han azotado como el huracán Katrina) y aumentará su influencia en la zona.
El pasado 16 de noviembre se celebró en Túnez la “Cumbre de la Sociedad Digital”. En ella se consiguió crear un foro multilateral de discusión sobre las nuevas tecnologías, las TIC, y la brecha digital. Sin embargo, uno de los participantes no dio su brazo a torcer y, como casi siempre, fue EEUU. A pesar de los intentos para descentralizar la gestión técnica de Internet, el gigante estadounidense seguirá controlando la red. De momento, seguimos igual.
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