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Viviendo con el enemigo

“Lo reconozco. Me han pegado y mucho, y en su momento no hice nada por evitarlo porque tenía miedo. Del insulto pasó al empujón, de éste al puñetazo y a las patadas e incluso, en alguna ocasión, llegó a pegarme con un bate de béisbol”, confiesa Marta Ceniceros, una ama de casa que sufrió durante cinco años malos tratos por parte de marido. Actualmente, vive con sus dos hijas y acude todos los días a un psicólogo para intentar superarlo. Su pareja falleció hace tres meses de una sobredosis de heroína. Marta aún piensa cómo sería su vida si todavía su marido viviera con ella, pues sólo después de su muerte se atrevió a hablar del problema.

    En Delhi, La India, cada 12 horas muere una mujer quemada por su marido. Éste la rocía con queroseno y la prende cuando aún está con vida. Después denuncia el hecho como un accidente o suicidio. ¿El motivo? Que la dote ofrecida por los padres de la novia no se consideró suficiente. Matándola puede buscar otra mujer mejor con una dote que le permita sobrellevar varios años más su pobreza.

El problema de la violencia de género no tiene fronteras culturales y la cifra de mujeres que mueren a manos de sus parejas cada vez aumenta con mayor rapidez. En España, según datos oficiales, desde 2001 ya son 169 las mujeres que han sido asesinadas por su compañero sentimental; 64 de esas muertes se han producido durante este año.

   Según el Instituto de la Mujer, se considera violencia contra ésta a “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la vida privada”. Además, estas agresiones se repiten periódicamente y cada vez suelen producirse con mayor violencia.

   Para Ana Mª del Campo, fundadora y actual presidenta de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, la violencia de género, aquella que se dirige a la mujer de forma exclusiva por su condición sexual, es una violencia de poder y control que tiene como objetivo limitar la libertad y la autonomía de las mujeres frente a la dominación del hombre. Ana del Campo distingue cuatro formas básicas de abuso: físico, emocional, psicológico y sexual. El abuso físico son acciones tales como golpes, empujones o patadas que causan dolor o daño físico. Los abusos emocionales tienen como objetivo la pérdida de autoestima de la mujer mediante gritos, insultos o críticas. Las acciones que crean miedo, como el aislamiento o la amenaza son abusos psicológicos y, por último, se consideran abusos sexuales a todos los actos de naturaleza sexual no consentidos.

     Las cifras que se manejan para contabilizar el número de muertes de mujeres a manos de sus parejas son engañosas. Según el Instituto de la Mujer, las que mueren a causa de una paliza, un apuñalamiento o un tiro pero que sobreviven más de un día en el centro hospitalario no aparecen en los informes forenses como víctimas de la violencia de género sino que se refleja la parada cardiorrespiratoria o la hemorragia interna. Tampoco se contabilizan los suicidios a causa de los malos tratos ni las muertes provocadas por el deterioro físico producido por las continuas palizas. Durante los cuatro primeros meses de este año, se presentaron más de 10.000 denuncias por malos tratos a mujeres frente a 1.500 hacia los hombres.

El maltrato no se basa sólo en que alguien te ponga la mano encima, sino que antes se encarga de hundirte, de hacerte sentir como si no fueras nadie. Yo pensaba que la culpa era mía y que si yo cambiaba, todo cambiaría. Pero eso no es así ya que te conviertes en lo que él quiere. Nadie tiene derecho a decirte lo que tienes que hacer; la razón no la tiene él porque te pegue”, cuenta Dolores Marín, una estudiante de Derecho que ha padecido durante dos años maltratos por parte de su novio.

Perfil del agresor

María Jesús Miranda López, profesora titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, señala que el estereotipo del agresor no se corresponde la mayoría de las veces con la realidad. María Jesús apunta que muchos médicos y personal sanitario todavía creen que el individuo que maltrata a su mujer es alguien con aspecto agresivo y dominante mientras que otros afirman que los agresores son personas pobres, de nivel cultural bajo o pertenecientes a grupos raciales a los que creen violentos y patriarcales. “Sin embargo, es muy difícil reconocer a la mayoría de los agresores ya que no suelen mostrar en público su violencia y parecen educados, razonables y agradables”, afirma María Jesús Miranda.

     Según la socióloga, existen una serie de comportamientos característicos de una pareja abusiva que permiten reconocerla. El marido violento suele ser una persona celosa que controla constantemente a su mujer, se muestra cruel con animales o niños y a menudo rompe o daña objetos. Además, sus expectativas se alejan de la realidad, suele aislarse de los demás y culpabilizar a otros de sus problemas. El agresor es una persona muy sensible a la que le gusta dominar y sentirse superior. Estas conductas se reflejan en forma de insultos, amenazas, coacciones o agresiones físicas a su pareja.

     “Mantener la autoridad masculina y controlar la relación con su pareja y todos sus aspectos como él se proponga son los principales motivos que explican las agresiones a la mujer por parte de su compañero sentimental”, afirma Francisco J. Santury Martínez, trabajador social de Madrid. Volviendo la mirada al pasado, ya en el siglo XVI la supremacía del hombre sobre la mujer se manifestaba en todos los aspectos de la sociedad. Rousseau escribía así: “hecha para obedecer al hombre, la  mujer debe aprender a sufrir injusticias y a aguantar tiranías de un esposo cruel sin protestar... La docilidad por parte de una esposa hará a menudo que no sea tan bruto y entre en razón”.

      “Sé muy bien el daño que hacemos, y sé también cuánto sufre una persona maltratada. Los celos y los enfados son los causantes de mis malos tratos porque, primero, los celos hacen que vea y sienta cosas malas donde no las hay y, segundo, por haber sido castigado cuando era niño por hacer algo mal. Cuando veo algo malo saco esa rabia que acumulé durante mi niñez”, confiesa Ernesto Pérez, un empresario que maltrató a su pareja durante más de dos años. Actualmente, visita tres veces por semana a un psicólogo y no puede acercarse ni a su ex­-mujer ni a su hija de catorce meses.

 

El abuso de drogas y alcohol es responsable de buena parte de la violencia doméstica e, incluso, en ocasiones el agresor bebe con la intención de ser violento. La mayoría de los agresores tiende a minimizar el número de veces y la gravedad de sus actos. No definen su comportamiento como violento y acusan a sus víctimas de mentirosas cuando los denuncian. Muchos se refugian en excusas para evitar las consecuencias jurídicas y sociales; dicen que en el momento de los malos tratos estaban fuera de control o que fue una locura temporal pero que no volverá a suceder.

    Para determinar las causas de los malos tratos a la mujer es necesario tener en cuenta todas las variables posibles que mueven al agresor. Según Ana Mª del Campo, es necesario distinguir tres tipos de factores fundamentales que permiten explicar la conducta de los agresores: factores socio-culturales, factores socioeconómicos y factores relacionales próximos. El factor socio-cultural tiene una vital importancia en la determinación de las causas que provocan la conducta agresiva dirigida a la mujer. Cada género se encuentra definido por un conjunto de caracteres constituidos o definidos en el entorno social en el que el individuo se desenvuelve y que responden a motivaciones de carácter cultural. Por otra parte, el segundo factor se refiere a la forma en que las características socio-económicas influyen en el posible desencadenamiento de actos violentos, por ejemplo un despido repentino. Por último, los factores relacionales próximos hacen referencia a las relaciones personales de la víctima y al contexto en el que se producen las agresiones.

             

La víctima de los malos tratos

Cualquier mujer puede ser víctima de agresiones por parte de su pareja sentimental, pero la mayoría de ellas presentan una serie de rasgos comunes que facilitan su detección. Francisco Santury señala que las mujeres que sufren malos tratos suelen pertenecer a familias con problemas de comunicación, con dificultad para expresar y manifestar su afectividad y con una interpretación machista del orden familiar.

    Según Santury, las mujeres maltratadas tienen un profundo sentimiento de inferioridad respecto a su pareja y sienten una gran dependencia material y afectiva que les obliga a respaldar a su compañero. Muchas mujeres vuelven con su pareja y la protegen, ya que son capaces de soportar cualquier cosa con tal de mantener unida a la familia y necesitan la relación de pareja para reforzar su propia identidad. Éste es el conocido “síndrome de Estocolmo”: la mujer no puede escapar de su agresor porque siente una fuerte dependencia y precisamente por eso lo defiende.

     Es muy difícil detectar a las víctimas, muchas de ellas pasan inadvertidas y lo esconden por miedo a represalias por parte de su compañero.“Primero, sientes desconfianza y piensas que no te puede estar pasando a ti, después aceptas la situación, entras en una profunda depresión y tienes miedo continuamente. Finalmente, consideras el problema como algo cotidiano y lo integras en tu vida normal”, confiesa Laura del Olmo, maltratada durante dos años. Según la macroencuesta sobre “Violencia contra las mujeres” elaborada por el Instituto de la Mujer el año pasado, el 35% de las mujeres maltratadas tienen entre 45 y 64 años, un 26% entre 30 y 44 años, un 25% entre 18 y 29 y un 14% de 65 años en adelante.

Cómo salir de la situación

Cuando una persona padece malos tratos suele encontrarse indefensa y abandonada en busca de una salida. Para evitarlo existen numerosas instituciones y organizaciones preocupadas por la violencia doméstica que trabajan pasa asesorar y ayudar a sus víctimas como el Instituto de la Mujer, el Servicio de Atención a la Mujer (SAM) o las Oficinas de Asistencia a las Víctimas de Malos Tratos.

   Marcela Lagarde, antropóloga y socióloga de Madrid, establece que en primer lugar la mujer maltratada debe acudir a un centro médico para curarse las lesiones y heridas y para contar con un informe médico que constate las contusiones que se han producido. El segundo paso, y el más difícil, es presentar una denuncia. Las denuncias se interponen en cualquier comisaría de policía o en el Juzgado de Instrucción que esté de guardia. Se deben aportar todos los datos sobre las circunstancias en las que se produjo la agresión y, una vez realizada, se pedirá una copia o justificante. Luis Miguel Doñate, abogado y colaborador en el Instituto de la Mujer, añade que en el momento en el que una mujer presenta la denuncia se debería asegurar que la víctima no volverá a padecer agresiones.

    El tercer paso, según Lagarde, es marcharse de casa. Cuando esté en peligro la seguridad de la mujer o de los hijos, se podrá abandonar el domicilio sin incumplir el deber de convivencia pero en 30 días se deberán solicitar medidas provisionales o presentar la demanda de separación. Las medidas provisionales contemplan la autorización para vivir separados, disposiciones de la custodia de los hijos, utilización de la vivienda y auxilios económicos. Por otra parte, la demanda de separación se interpone en el juzgado de Familia por medio de un abogado o procurador y, si no se dispone de recursos económicos suficientes, se puede solicitar asistencia jurídica gratuita en el Colegio de Abogados.

    Marcela Lagarde recomienda que, al abandonar el domicilio, la mujer lleve consigo el libro de familia, su DNI y el de sus hijos, la cartilla de la seguridad social, una copia de la declaración del Impuesto de la Renta de las Personas Físicas (IRPF) y facturas y documentos que acrediten los gastos del sostenimiento familiar. La mujer que decide abandonar su casa se puede dirigir a las pensiones de emergencia subvencionadas por los ayuntamientos que le permiten pasar la noche hasta que consiga contactar con alguna Casa de Acogida. Pero las mujeres que han sufrido agresiones no pueden refugiarse siempre aquí. El paso siguiente es ingresar en algún Centro de Recuperación Integral para Mujeres Víctimas de la Violencia de Género. Allí se les asesora sobre cómo construir una nueva identidad autónoma que les facilite su inserción en la vida social y el desarrollo de sus capacidades.

     Igual de importante que el apoyo oficial y legal, es el apoyo del círculo más cercano a la víctima. Luis Miguel Doñate señala que si se detecta algún caso de malos tratos es fundamental prestar ayuda. Este abogado recomienda una serie de pautas que se deben llevar acabo cuando se detecta este problema: acercarse a la persona de forma comprensiva, no acusativa, hacerle entender que nada justifica la violencia y aunque es difícil hablar de ella es necesario para poder salir de la situación, acompañar a la víctima a un centro médico y, posteriormente, a presentar la denuncia, dar información sobre los recursos y organizaciones existentes para prestarle ayuda profesional, informarle sobre los derechos legales que tiene y ayudarle a dejar su relación y planificar su nueva vida. En ningún caso se debe dejar a la víctima sola y desistir en el intento de hacer frente al problema. También es importante que se le recuerde a la mujer maltratada que, en el caso de tener hijos, también peligran sus vidas y su desarrollo personal.

 

Falta de regulación legal

Los malos tratos se recogen en el Código Penal (CP) en cuatro apartados: el delito de lesiones, los malos tratos en la familia, el carácter público de los malos tratos y las faltas de agresiones en el seno de la familia. Según la ley 35/1995 de Ayuda y Asistencia a las Víctimas de Delitos Violentos y contra la Libertad Sexual, la víctima de un delito violento o de naturaleza sexual puede acceder a una determinada asistencia médica o social y a unas ayudas públicas del Estado. La mujer maltratada tiene derecho a obtener resarcimiento o indemnización por el daño sufrido y formar parte en el proceso penal contra el agresor.

    Sin embargo, algo no funciona en este sistema ya que cada año, según el Servicio de Atención a la Mujer, mueren en España alrededor de 60 mujeres a causa de los malos tratos. Esto se debe, según Luis Miguel Doñate, a la falta de respuestas adecuadas a una problemática mal entendida por parte de las autoridades que disponen de la capacidad de prestar apoyo político, económico y judicial. Pero el principal problema es la falta de precisión y exactitud de las sentencias judiciales que no restablecen los derechos a las víctimas y no castigan suficientemente al agresor. Se necesita una mayor precisión en cuanto a la violencia de género para evitar la ambigüedad y, por tanto, la errónea interpretación de las leyes que regulan el fenómeno.

    La ONU establece que los Estados deben condenar la violencia contra la mujer y aplicar los medios adecuados para eliminarla. Para esto, se debe “establecer una legislación nacional con sanciones penales, civiles, laborales y administrativas para castigar y reparar los agravios infligidos a las mujeres que padezcan malos tratos”. En España ya se han tomado algunas medidas al respecto. En 1998, se reformó el Código Penal para incluir el alejamiento del agresor de su víctima y reconocer la violencia psíquica. Por otra parte, desde el Gobierno se llevan a cabo campañas contra los malos tratos con el fin de sensibilizar al agresor y concienciar a la sociedad española de la gravedad del problema. Con este mismo fin, la ONU declaró hace cuatro años el día 25 de noviembre como Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.           Esta resolución fue el resultado de un creciente movimiento internacional para acabar con este trágico problema.

     Según el Servicio de Atención a la Mujer, en el mundo el 25% de las mujeres son violadas en algún momento de su vida y, dependiendo del país, de un 25 a un 75% de las mujeres son maltratadas en sus hogares de forma habitual. Cerca de 120 millones de mujeres han padecido mutilaciones genitales. Las violaciones han devastado a mujeres, niñas y familias en los conflictos en Ruanda, Camboya, Liberia, Perú, Somalia, Uganda y la antigua Yugoslavia. Durante el tiempo que usted ha tardado en leer este reportaje más de 100 mujeres han padecido algún tipo de maltrato.

 

           

 

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