Blogia
1600 Pennsylvania Avenue NW

¿Cabeza o corazón?

Melburn McBroom era un jefe autoritario y dominante que tenía atemorizados a todos sus subordinados, un hecho que tal vez no hubiera tenido mayor transcendencia si su trabajo se hubiera desempeñado en una oficina o en una fábrica. Pero McBroom era piloto de aviación. En el año 1978, su avión se estaba aproximando al aeropuerto de Portland (Oregón) cuando de pronto se dio cuenta de que tenía problemas con el tren de aterrizaje. Ante aquella situación, McBroom comenzó a dar vueltas en torno a la pista de aterrizaje, perdiendo mucho tiempo mientras trataba de solucionar el problema. Tanto se obsesionó que consumió toda la gasolina del depósito mientras que los copilotos, temerosos de su ira, permanecieron en silencio hasta el último momento. Finalmente el avión terminó estrellándose y en el accidente perecieron diez personas.

Hoy en día, la historia de este accidente es uno de los ejemplos que se estudia en los programas de entrenamiento de los pilotos de aviación. La principal causa de los accidentes aéreos son los errores humanos, que en muchos casos se podían haber evitado si la tripulación hubiera trabajado en equipo. En la actualidad, el adiestramiento de los pilotos no sólo gira en torno a la competencia técnica sino que también se presta atención a la inteligencia social: una buena comunicación, colaboración, la escucha o el diálogo interior.En 1994, el psicólogo Daniel Goleman afirmó que cada ser humano posee dos mentes: una racional y otra emocional. La inteligencia racional funciona siguiendo reglas establecidas, es lenta, consciente, analítica y se encarga de las operaciones lógicas. Este tipo de inteligencia se mide a través del cociente intelectual o C.I. Antes de que Goleman hablara por primera vez de una inteligencia emocional, se le concedía mayor importancia a la mente racional. Sin embrago, un C.I. alto no garantiza el éxito en la vida, las relaciones o el trabajo. Para eso hacen falta otro tipo de habilidades que son precisamente las relacionadas con el otro tipo de inteligencia. La inteligencia emocional toma como referencia la experiencia vivida, es automática, preconsciente, rápida, y está relacionada con los sentimientos y la personalidad. Se basa en los pensamientos que aparecen en nuestra mente de manera automática ante cualquier acontecimiento y en los conocimientos adquiridos con el paso del tiempo.

Este tipo de inteligencia funciona por asociaciones en vez de por lógica, estableciendo relaciones entre hechos y sensaciones que tienen una fuerte carga emocional.Anatómica y fisiológicamente la inteligencia intelectual o racional y la inteligencia emocional se encuentran en regiones diferentes del sistema nervioso. La unión de ambas es la que determina la forma de ser y de afrontar la vida de cada individuo. “Ser listo, agudo o avispado”, fue la respuesta de Fernando Tapia, un estudiante de cuarto curso de Derecho, cuando se le preguntó qué era la inteligencia. Sin embargo, Mª del Carmen López Bueno, psicóloga y profesora, dio una respuesta totalmente diferente a la misma cuestión: “la inteligencia es la capacidad de una persona para enfrentarse a situaciones nuevas usando principalmente sus aptitudes”.Según Daniel Goleman, aparte del C.I. existe un cociente emocional o C.E. Las personas con un cociente intelectual alto poseen gran habilidad con el cálculo, con las operaciones matemáticas y lógicas, así como buena memoria y capacidad de raciocinio. Por otra parte, aquellas personas que tienen un elevado cociente emocional poseen mucha facilidad a la hora de convivir con otros individuos, de relacionarse, de entender a las personas, saben escuchar a los demás y tienen gran capacidad de autocontrol y reflexión. A pesar de que no se percibe la relación entre ambos tipos de inteligencia, es en los momentos en los que existen contradicciones entre ambas cuando tomamos conciencia de las mismas. Es decir, cuando la cabeza – inteligencia racional- dice una cosa y el corazón –inteligencia emocional- otra distinta.

Según los psicólogos estadounidenses William Stern y Daniel Goleman, el C.I. contribuye en un 20% en los factores que determinan el éxito en la vida y el C.E. aporta el 80% restante. Ambos psicólogos realizaron en 1982 un experimento en un colegio con niños de seis años. Les mostraban a cada uno una golosina y les decían luego que podían comérsela, pero que si esperaban a que volvieran de un recado les darían dos. Algunos chicos no aguantaban y se comían la golosina; otros elegían esperar para obtener una mayor recompensa. Quince años después, se hizo un seguimiento de esos mismos chicos: los que habían aguantado sin tomar el caramelo, y por lo tanto controlaban mejor sus emociones, eran más emprendedores y sociables. Los impulsivos (con menos inteligencia emocional) tendían a desmoralizarse ante cualquier inconveniente y eran menos brillantes en sus trabajos.

La inteligencia emocional se compone de cinco “competencias emocionales” en las que se engloban los comportamientos, conocimientos, habilidades y actitudes que denotan un buen control de los sentimientos. Estas competencias son: la autonciencia, tener conciencia de uno mismo, de los estados internos, defectos y debilidades; la autorregulación, que se refiere al control de los impulsos y los sentimientos; la empatía, que hace referencia a la capacidad de comprender los sentimientos, necesidades y preocupaciones de otras personas; las habilidades sociales, relacionadas con la capacidad de comunicación y de resolver problemas, al liderazgo y la influencia en los demás; y, por último, la motivación. La psicopedagoga Lucía Martínez afirma que en España, el porcentaje de divorcios de quienes se casaron en 1890 era de un 10%, en 1920 fue de un 18% y en 1950 se alcanzó el 30%. Las posibilidades de las parejas que contrajeron matrimonio en 1970 de seguir juntas era de un 50% y en 1990 un 67%. Lucía Martínez mantiene que el principal problema de estas parejas es la falta de comunicación y de comprensión.

“La tensión emocional puede sobre la lucidez mental”

Julián Domínguez León es un empresario de 37 años de Madrid. Siempre se ha caracterizado por su falta de carácter y por ser muy influenciable. Hace más de 10 años, Julián tuvo una de las experiencias que más influyó en su vida. Era 11 de Junio de 1991, el termómetro marcaba 32 grados. Julián tenía esa tarde el último examen de contabilidad de la carrera. Estaba muy nervioso y le sudaban las manos, era muy importante sacar buena nota porque se jugaba la carrera. Entre los compañeros se notaba la tensión y él sólo podía mirar fijamente el suelo. “Cuando entregaron el examen, las piernas empezaron a temblarme. Me pareció que podía desmayarme en cualquier momento”. Julián miró el examen, leyó algunas preguntas y escribió el nombre como pudo. Cuando se dispuso a empezar, le fallaron las fuerzas, se quedó en blanco y no podía recordar nada de lo que había estudiado. Estaba inmóvil, su mente estaba paralizada; no pudo hacer otra cosa que entregar su ejercicio a los 15 minutos e ir al cuarto de baño. El caso de Julián refleja a la perfección cómo la tensión emocional puede sobre la lucidez mental. 

Cómo medir el C.E.

A diferencia del C.I., no existe un test preciso para medir el C.E. Factores como el nivel de sociabilidad, la empatía o la capacidad de actuación frente a situaciones adversas no se pueden valorar con un test de inteligencia tradicional (que mide el C.I.). El primer proyecto propuesto para conseguir evaluar la inteligencia emocional fue realizado en 1995 por el Whashington Quality Group (WQG). El WQG está formado por psicólogos y trabajadores sociales estadounidenses que se dedican a aconsejar a las empresas cuando contratan empleados. Sus decisiones se basan en los resultados de un test de conocimiento que mide factores como la creatividad, la intuición, la escala de valores o la resistencia. Además, hacen un seguimiento de los empleados para estudiar cómo se relacionan y cómo afrontan los problemas. Este tipo de test es el denominado C.E Test, que no ofrece un resultado cuantitativo sino cualitativo.

 Para Goleman, las personas con un alto C.E. tienen los denominados poder de la voz, poder de la imaginación, de la retribución, del compromiso y el poder de la asociación. A través del poder de la voz, se articulan los pensamientos para que puedan ser compartidos. Mediante el poder de la imaginación se crean y se ponen en práctica nuevas ideas y propuestas. El poder de la retribución eleva la autoestima y la motivación, y aumenta la satisfacción personal. La lealtad se relaciona con el poder del compromiso, y la alianza con otras personas se refleja en el poder de la asociación.

Las emociones son estados afectivos de expresión súbita y de aparición breve que pueden crear un impacto positivo o negativo sobre la salud física y mental. Goleman señala como emociones negativas la rabia, la depresión, la ansiedad y la represión. Además, existen las denominadas “emociones primarias” que son las que suelen aflorar en el transcurso de la vida cotidiana de las personas. Éstas son la ira, el miedo, la felicidad, el amor, la sorpresa, el disgusto y la tristeza. Para controlar estas emociones es necesario desarrollar la inteligencia emocional. Pedro García, profesor de psicología desde hace 24 años, afirma que el 82% de las personas que con frecuencia tienen ataques de ira y de rabia, no han desarrollado en su totalidad las distintas habilidades y capacidades de las que se compone la inteligencia emocional.

Clara López acabó en 1998 la carrera de Periodismo en Sevilla. A los tres meses, se trasladó a Madrid porque un periódico local le había ofrecido trabajo pero cuando llegó allí se enteró de que el diario había sido comprado por otra empresa. Clara se quedó sin el trabajo y tuvo que volver a su ciudad. Allí, empezó a trabajar como becaria en un periódico de la capital. Su trabajo era inestable y tenía unas precarias condiciones económicas. Carecía de seguro de enfermedad y le ordenaban realizar numerosos trabajos extras. Esta situación le hacía sentirse angustiada y empezó a preocuparse por su salud. Estuvo convencida que su dolor de cabeza era consecuencia de un tumor cerebral e imaginaba que tendría un accidente cada vez que cogía el coche. Se convirtió en una persona obsesiva y sin ánimos de realizar su trabajo. La causa de su malestar fue que era incapaz de controlar las emociones negativas que le rodeaban.El término “inteligencia emocional” se empleó para describir cualidades emocionales que tienen importancia para alcanzar el éxito y desarrollarse personalmente. Algunas de estas cualidades son el respeto, la amabilidad, la persistencia, la simpatía, la capacidad de adaptación o expresión y la comprensión de sentimientos. En medicina, el desarrollo de estas cualidades permite lograr un equilibrio emocional que ayuda a proteger la salud y el bienestar. Las emociones negativas son para la salud física tan nefastas como los malos hábitos alimenticios. Según José María Pinzón, fisioterapeuta y doctor clínico de Madrid, las deficiencias en la inteligencia emocional agudizan los problemas de salud, desde la depresión hasta trastornos en la alimentación o el abuso de drogas.             

‘Al comienzo de la guerra del Vietnam, un pelotón estadounidense se hallaba agazapado en un arrozal luchando con el Vietcong cuando, de repente, una fila de seis monjes comenzó a caminar por el sendero elevado que separaba un arrozal de otro. Completamente serenos, los monjes se dirigían directamente a la línea de fuego. David Bush, uno de los integrantes de aquel pelotón, recuerda aquel momento: “caminaban perfectamente, en línea recta. Nadie se atrevió a disparar, nadie fue capaz de levantar el arma. Después de que hubieron atravesado el sendero, la lucha concluyó”. Ningún soldado siguió combatiendo aquel día, ambos bandos dejaron de disparar después de aquella situación’. Este fragmento corresponde a la obra “Inteligencia Emocional” de Goleman. La visión de aquel desfile de monjes apaciguó a los militares en plena batalla. Esto demuestra que las emociones son contagiosas, que se pueden transmitir y controlar. En este caso la mente emocional fue más determinante que la mente racional.

Las personas coléricas padecen más enfermedades cardíacas

En el año 1999, dos cardiólogos madrileños, Violeta Pachón y Gregorio Polino, hicieron un estudio que pretendía demostrar cómo las personas con bajo C.E. eran más propensas a sufrir problemas cardíacos. Quisieron mostrar que las características mentales eran más determinantes que la obesidad o el consumo de cigarrillos a la hora de padecer alguna enfermedad cardíaca. El estudio se realizó sobre 500 hombres a los que dividieron en dos grupos según la personalidad: el grupo A era rígido y distante, y el grupo B era tranquilo y sociable. Los dos grupos tenían las mismas características: mismo nivel de colesterol, todos fumaban y tenían aproximadamente el mismo peso (sobre 85 kilos). En el 2002, 75 hombres habían sufrido un ataque cardíaco. De esos 75 hombres 60 pertenecían al grupo A: eran ambiciosos, muy competitivos y coléricos.Daniel Goleman establece que el 75% de las personas que superaron las situaciones vividas durante el holocausto nazi tenían un elevado C.E., mientras que el otro 25%, que no consiguió dejar atrás el pasado, presentaba alto C.I. Además, un 40% de estas personas que sufrieron la presión nazi tuvo algún tipo de enfermedad, y de este 40% sólo el 0,8% eran individuos serenos, sencillos, sinceros y saludables.Irene acudió hace dos años a una cita con un conocido que acabó en un intento de violación. Aunque había podido librarse de su atacante, éste continuó amenazándola, molestándola en mitad de la noche con llamadas telefónicas obscenas y siguiendo cada uno de sus pasos. Cuando denunció el hecho a la policía, ésta le quitó importancia alegando que “en realidad no había ocurrido nada”. Pero cuando Irene acudió a terapia a la consulta de Lucía Martínez, presentaba una baja autoestima y falta de control y de confianza en los demás: un bajo cociente emocional. Necesitó más de un año de rehabilitación para recuperar su vida normal. Irene en quinto curso de primaria obtuvo la puntuación más alta en un test de inteligencia racional.

Al igual que la inteligencia racional, la inteligencia emocional puede desarrollarse y aprenderse. Según Goleman, es necesario que se enseñe a los niños a resolver conflictos, a controlar sus impulsos y a comunicarse con los demás. No sólo se debe potenciar la inteligencia lógica sino que al mismo tiempo hay que educar emocionalmente a los individuos. El dominio de las emociones disminuye la dificultad de prestar atención en el colegio, y la capacidad de relacionarse permite al niño sentirse integrado en el grupo. Desde pequeños deben saber la diferencia entre lo bueno y lo malo, saber compartir y ser tolerantes. De hecho, a los seis años se inicia la etapa de la empatía cognoscitiva: la capacidad de ver las cosas desde la perspectiva de otra persona. Elisa Aranda, bióloga y profesora, afirma que un 75% de los niños que abandona la escuela lo hace por sentirse rechazado en la misma y no por falta de C.I. Actualmente son muchas las empresas que están invirtiendo en formar a sus trabajadores en la inteligencia emocional. Se han dado cuenta que la clave del éxito está en el grado en el que los trabajadores de una empresa conozcan y controlen sus sentimientos y sepan reconocer los de los clientes. Antes lo principal era tener títulos y masters; ahora lo que importa es que los empleados tengan un buen perfil psicológico que les permita llevarse bien con sus compañeros y con la organización.

El piloto Melburn McBroom falleció en un accidente de aviación porque sus subordinados no se atrevieron a aconsejarle cuando éste intentaba recuperar el control de su avión. Mary Clintter, esposa de uno de los copilotos que perdió la vida en este accidente, asegura que su marido siempre tuvo un gran respeto a su jefe. No se atrevía a proponerle nada por temor a una represalia. Las decisiones siempre las tomaba McBroom sin escuchar a los demás. Si hubieran tenido una buena relación, si alguno se hubiera atrevido a ayudar a su superior cuando el tren de aterrizaje se atascó, el accidente se podía haber evitado.

0 comentarios